“¡Buenas tardes, caballeros!”,
saludó Pulgarcito pero los
hombres no pudieron verlo.
“¡Por acá! Sigan mi voz y
podrán encontrarme”, guió
a los ladrones. “Yo puedo
ayudarlos con el robo porque
soy tan pequeño que puedo
entrar a donde quiera.” Al principio los hombres no
podían creer lo que veían,
pero el niño ignoró sus
expresiones de sorpresa.
“Si me llevan con ustedes,
yo puedo entrar a la casa
y entregarles las cosas.”
Finalmente logró convencerlos
y se dirigieron a la casa del
pastor.
En el minuto en que se encontró dentro
de la casa, Pulgarcito empezó a hacer
mucho ruido. “Silencio”, susurraron los ladrones, pero él
fingió que no les entendía. “¿Qué quieren?
¿Quieren todo?”, gritó, haciendo tan evidente
el robo que despertó a una de las sirvientas. Ésta espantó a los ladrones, pero no vio a
Pulgarcito, así que él se echó a dormir en
el heno.