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Los cuentos de GiGi

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Érase una vez una viuda que tenía dos hijas. La mayor se llamaba Hilda. Se le parecía tanto en el carácter como en el físico. Quien veía a la hija, le parecía también ver a la madre. Ambas eran desagradables y orgullosas.

La menor, Charlotte, era el verdadero retrato del padre por su dulzura y suavidad. Era además la más hermosa en todo el país. Como por naturaleza amamos a quien se nos parece, esta madre tenía la locura por su hija mayor y a la vez sentía una aversión atroz por la menor. La hacía trabajar sin cesar desde temprano por la mañana hasta tarde en la noche.

Entre otras cosas, Charlotte tenía que ir dos veces al día a buscar agua de la fuente a una media hora caminando de la casa, y volver con un enorme jarro lleno. Un día la pobre niña estaba en la fuente lavando el jarro, cuando se le acercó una anciana mujer rogándole que le diese de beber.

“Como no, mi buena señora”, contestó Charlotte y entonces sacó agua del mejor lugar de la fuente y se la ofreció, sosteniendo siempre el jarro para que la anciana bebiera más cómodamente.

Charlotte no sabía que estaba hablando con un hada que había tomado la forma de una anciana mujer. El hada madrina, después de beber, le dijo: “Nunca he visto una joven tan bella, tan buena y tan amable a la vez como tú. No puedo dejar de darte un don: desde ahora en adelante por cada palabra que pronuncies saldrá de tu boca una flor o una piedra preciosa”.

Cuando la joven llegó a casa, su madre la reprendió por regresar tan tarde de la fuente. “Por favor, perdóname, madre mía”, dijo Charlotte con voz baja. Al decir estas palabras, salieron de su boca dos rosas, dos rubíes y dos diamantes.

“¡Hija mía! ¿Pero qué veo? ¡Parece que salen diamantes de tu boca!” Era la primera vez que la llamaba “hija”. “¿Cómo es eso? ¡Cuéntamelo todo!”, dijo su madre. Y entonces la niña le habló de la anciana que le había pedido agua y luego le había dado ese don.

“Si lo que dices es verdad, tengo que mandar a la fuente a tu hermana también”. Luego llamó a su hija mayor: “¡Hildaaaaa! Mira lo que sale de la boca de tu hermana cuando habla. ¿No te gustaría tener un don semejante? Bastará con que vayas a buscar agua a la fuente y esperar que una anciana mujer te pida agua para beber”.

“¡No faltaba más, ir a la fuente!”, respondió groseramente la joven. “Quiero que vayas y le des agua a la anciana sin discutir. ¡De inmediato! Toma el mejor jarro que tenemos y vete. ¡Y corre a la fuente!”, repuso su madre a gritos.

Hilda tomó un jarro de plata y salió hacia la fuente, pero con mala disposición. No hizo más que llegar a la fuente cuando vio salir del bosque a una dama magníficamente vestida que vino a pedirle de beber: “¿Me das un poquito de agua, por favor?” Era la misma hada que se había aparecido ante Charlotte, pero esta vez se presentaba bajo el aspecto de una princesa.

“¿Que dijiste?”, Hilda contestó de mala manera como la grosera y mal criada que era. ¿Habré venido hasta esta estúpida fuente para de beber a su señoría? ¡Si quieres agua, bebe directamente de la fuente!”

“No eres nada amable, ¿cierto?”, contesto el hada con calma. “Ya que eres tan poco atenta, te daré el don de que a cada palabra que pronuncies, salga de tu boca una serpiente o un sapo”. El hada hizo su hechizo y volvió al bosque.

Hilda regresó a casa. Al llegar, su madre le preguntó: “¿Encontraste al hada? ¿Te hizo el mismo hechizo como a tu hermana? ¡Contéstame de inmediato!” “No”, contestó Hilda furiosa, echando dos sapos y una serpiente por la boca.

¿Qué es esto? ¡Tu hermana tiene la culpa, me las pagará!” Y corrió a buscar a Charlotte pero la pobre niña arrancó llorando a refugiarse al bosque.

De golpe Charlotte se asombró al escuchar un caballo acercándose; y luego apareció una persona montada en él. Era un príncipe. Viéndola tan hermosa le preguntó qué hacía sola en el bosque y por qué lloraba. “Es mi madre que me ha echado de casa y por eso me he escondido aquí”, explicó Charlotte. Mientras hablaba, el príncipe veía como salían de su boca zafiros, esmeraldas, rubíes, diamantes y algunas flores.

El príncipe se enamoró de su dulce voz, de su bonita cara y hermosa apariencia. Su don le encantó tanto que le pidió la mano en matrimonio. Ella aceptó y todos vivieron felices para siempre.

Todos, menos la hermana mayor que se fue haciendo tan insoportable, que su propia madre la echó de casa. Entonces la pobre comenzó a vagar por el bosque dejando serpientes y sapos por dónde pasaba. Bueno, así que ya ven, a veces puede ser difícil ser amable y cortés, pero cuando menos lo esperamos algo bueno aparece y eso vale más que todos los diamantes del mundo.