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Érase una vez, en pleno invierno, que una joven princesa en silencio miraba desde su ventana caer la nieve, tan blanca como su piel. Le encantaba el invierno y la nieve, ya le recordaban a su madre. Ella le había puesto el nombre de Blancanieves por su blanca piel.

Blancanieves vivía feliz en el palacio con su padre, el rey, y su madrastra, la hermosa reina. Su padre era un hombre bueno y cariñoso, pero su madrastra era una mujer orgullosa y malvada.

La reina tenía un espejo mágico al que a menudo preguntaba: "Espejito, espejito ¿quién es la más hermosa de todas?" Y el espejo siempre le respondía de la misma manera: "Tú, mi reina, eres la más bella entre todas".

El espejo no solo era mágico, sino que también era muy honesto y siempre decía la verdad. A la reina le encantaba escuchar que ella era la más bella del mundo.

Blancanieves crecía y su belleza florecía cada vez más. Un día, al preguntarle la reina a su espejo quién era la más hermosa de todas, recibió una respuesta inesperada. "Blancanieves, mi reina, es la más bella entre todas", contestó el espejo.

La noticia conmocionó a la reina, pero después del sobresalto inicial, decidió resolver el problema. Su plan era tan cruel como su corazón.

La despiadada mujer llamó a su guardia y le ordenó llevar a la niña al bosque, matarla y traer su corazón como prueba.

El guardia, siguiendo las órdenes de la reina, llevó a Blancanieves al bosque. Él era un guerrero valiente y un hombre honesto, pero no era cruel. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, el guardia le aconsejó a Blancanieves que huyera. Su buen corazón no le permitía matarla.

El guardia en su camino de regreso al palacio mató a un jabalí y llevó su corazón para mostrárselo a la reina.

La madrastra, feliz de saber que Blancanieves había muerto, se acercó deprisa a su espejo y le preguntó: “Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa de todas?” "Blancanieves, mi reina, es la más bella entre todas”. Al decir esto, el espejo mostró a Su Majestad que la niña continuaba viva.

Bien sabido era que la madrastra de Blancanieves era vanidosa y malvada; sin embargo, nadie sabía que la reina era también una bruja. Entonces enterada ésta de la noticia, al instante decidió matar a Blancanieves por su propia cuenta.

Mientras tanto, Blancanieves andaba perdida por el bosque; llegó a una pequeña casa. Se veía tan irreal, con sus diminutas ventanas y su pequeña puerta y chimenea. "¿Quién vivirá aquí?", se preguntó ella y luego entró en la casa.

Todo su interior era tan pequeño como la misma casa. La mesita estaba puesta para siete personas y como Blancanieves tenía hambre, decidió probar un poco de cada plato y un sorbo de cada sopa para no dejar a nadie sin su cena.

Luego de terminar de comer, Blancanieves fue al dormitorio y probó un par de camas antes de quedarse dormida en una de ellas.

Poco después volvieron los dueños de casa. Eran siete enanitos, que trabajaban todos los días en las minas. Qué sorpresa fue para ellos encontrar que alguien había entrado en su casa y que ahora estaba durmiendo en una de sus camas. Los enanitos la dejaron dormir.

Cuando Blancanieves despertó, les contó su historia. Al oírla, los enanitos hicieron una reunión en la cual decidieron que se podía quedar a vivir con ellos.

Al día siguiente los enanitos se fueron a trabajar, pero antes advirtieron a Blancanieves que tuviera mucho cuidado y no les abriera la puerta a desconocidos.

Mientras tanto, la reina había estado preparando su nuevo plan malvado para matar a Blancanieves.

Se disfrazó de anciana, tomó una manzana envenenada, que ella misma había preparado, y partió en busca de Blancanieves.

Cuando se encontró en frente de la casa de los enanitos, le dijo a Blancanieves: "¡Vendo manzanas dulces, señora! ¿No le gustaría comprar algunas?", a lo que la joven respondió: "Los dueños de la casa me dijeron que no abriera la puerta a desconocidos". "Oh, no es necesario que abras la puerta. Toma, prueba esta gran manzana roja", dijo la reina y le dio a Blancanieves la manzana.

Al primer mordisco Blancanieves cayó al suelo y la reina huyó. Cuando los enanitos la encontraron, pensaron que estaba muerta. Intentaron todo lo posible para salvarla, pero no pudieron revivirla.

Los enanitos lloraron y lloraron por muchos días. La pusieron sobre pétalos de rosa en un ataúd de cristal y la llevaron hacia las montañas para finalmente dejarla allí. De ese modo podrían ver su rostro todos los días en su camino de ida y vuelta a las minas.

Caminando hacia las montañas los enanitos se encontraron con un extraño que montaba un hermoso caballo negro. Cuando este hombre vio a Blancanieves, se enamoró de ella. "¿A dónde van con esa hermosa joven?", les preguntó y los enanitos contestaron que iban a las montañas para dejar allí el ataúd y así poder visitarla todos los días.

Entonces el desconocido, que en realidad era un príncipe, sugirió, "¡Déjenme ayudarles! Pueden poner el ataúd en el lomo de mi caballo”. Los enanitos levantaron la cama de rosas y todos se encaminaron hacia las montañas. En su camino el caballo tropezó con un arbusto e hizo que Blancanieves escupiera el trozo de manzana envenenada que estaba atoradoen su garganta.

Cuando la joven despertó, el príncipe y los enanitos no sabían cómo expresar su felicidad. Ella les contó lo que le había pasado y todos se dieron cuenta de que la mujer no había sido una anciana, sino la reina malvada, la que le dio la manzana. Entonces habló el desconocido: "Mi princesa, si te casas conmigo, te protegeré día y noche de tu madrastra".

Al mismo tiempo la reina se encontraba frente a su espejo mágico. "Espejito, espejito, ¿quién es la más hermosa de todas?", dijo ella pensando que el espejo le daría la respuesta que esperaba. "Blancanieves, mi reina, sigue siendo la más bella entre todas. Ella sobrevivió a tu veneno y pronto se casará con el príncipe que la salvó". La reina no pudo soportar la noticia y murió.